Dicen que “la plata llama a la plata”. Conmigo le debe dar ocupado
siempre. Los negocios paralelos definitivamente no son para mí. Todo el tiempo
estoy pensando que más hacer para lograr un mango extra con inversiones
ridículas (porque ante todo, UN CAGÓN).
Como fanático de las camisetas de futbol de cualquier lado del mundo,
creí que esa podía ser una puerta al éxito económico. Lo único que debía
conseguir era de donde exportarlas. Loquitos como yo debe haber en cantidad en
Buenos Aires.
Decidí comentárselo a un amigo que me dijo conocer una página
tailandesa. Consultamos la web, vimos los modelos y como la ansiedad me mata
(no me digas nunca “después te tengo que contar algo” porque me cagas la vida),
decidí comprar cuatro. No una. Cuatro. Titular y suplente del Barcelona,
titular y suplente del Real Madrid. Las cuatro en “L”. “Si son muy malas, las
regalo y si son buenas, se publican y arranca el negocio de mi vida”, pensé. Puse
los datos de la tarjeta de crédito y compré. Me brillaban los ojos con “Su
compra ha sido exitosa”.
Pasaron tres semanas y noté que nadie me había enviado el “Tracking
number” (el código de seguimiento para que uno pueda saber por dónde viene el
pedido). Como buen ansioso, y después de hablarlo varias veces con mi amigo el
recomendador, decido hacer el reclamo correspondiente. Busco entonces en la
página y encuentro un link que decía “Contact us”. Sorpresa la mía cuando ví que
la dirección de contacto era de Hotmail. Una empresa seria que venda ropa desde
Tailandia no puede tener una dirección de Hotmail. Una dirección de Hotmail iba
a tener yo, un pobre pibe con ínfulas de multimillonario importador de
camisetas de futbol, pero no un tailandes que fabrica camisetas, las exporta y que no cuenta la plata, la pesa.
Ahí empecé a sospechar “Me parece que me cagaron”.
Muy caliente y preocupado, con las manos transpiradas de fracaso,
decido elevar mi reclamo a la Web que se hacía responsable de la transacción
económica. Una especie de Paypal pero que no conocía. Creo que solo dos veces
logré acceder a esa web. En una de ellas anoté la dirección de correo
electrónico y me decidí a enviarle mails, bien redactados, prolijitos en
castellano e inglés (por si no me entendían). Cada mail enviado, volvía
rebotado con un virus. Ya dejaron de preocuparme las camisetas y la plata
perdida. Me preocupaban las compras que podrían estarse haciendo con mi tarjeta
de crédito alrededor del mundo. Y aún más, me preocupaba el “Yo te dije” de Lau.
Odio cuando tiene razón.
Lo comenté en el trabajo y me recomendaron llamar a VISA para
desconocer la compra. Esto ya había tomado “Estado Laboral”. Era la única carta
que me quedaba por jugarme antes de reconocer la derrota inminente. Según me
comentaron, me devolverían la plata, darías de baja el plástico y me
entregarían uno nuevo a los pocos días. Llamo a VISA y efectivamente, me confirmaron
todo lo que me habían comentado. Respiré tranquilo y si bien estaba derrotado,
dolió un poco menos.
Todo volvió a la normalidad. Hubo un par de problemas con compras que
había realizado durante esos días con la tarjeta (entre ellas las vacaciones)
que se fueron solucionando con mucha paciencia.
Un día como cualquier otro, suena el teléfono de mi escritorio.
- Ariel, buenos días. Te hablamos de recepción. Hay un paquete para
vos. ¿Podes bajar?
Me reí de nervios. Lo miro a Nestor y le digo:
- Nestor, abajo hay un paquete para mí.
- ¿Paquete de qué?
- ¿No serán las camisetas no?
Nestor estalló en una carcajada. Bajé, me dirigí a la recepción y el
del correo me dice:
- Buenos días. Este paquete es para usted.
- Buenisimo, muchas gracias.
- Son doscientos cuarenta pesos.
- ¿Cómo?
- Doscientos cuarenta pesos. Por el exceso en el pesaje.
- ¿Mío o del paquete?
Las cuatro camisetas, impecables, impolutas en sus respectivas
bolsitas llegaban después de cuarenta y cinco días. Llamé a VISA y volví a
reconocer lo que había desconocido. Algunos me dijeron que me hiciera el
boludo. No es mi estilo. Yo no me hago el boludo, yo soy boludo, pero honesto.
Finalmente entre lo que salieron las camisetas y lo que me cobró la
aduana, el negocio dejó de ser negocio. Regalé dos, una se la quedó mi amigo y
otra me la quedé yo.
Dicen que “la plata llama a la plata”. Para mi todavía no se enteró
que me mudé.
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