Hay tres cosas que el hombre no puede cambiar durante toda su vida:
1) La familia.
2) El equipo del que es hincha.
3) Su peluquero.
Cualquier otra cosa puede ser reemplazable. Siempre.
A Pino lo conozco desde antes que se inventaran los “Remises”. Jamás
me animé a preguntarle si realmente se llama así o es su nombre profesional. Es
más, hace ocho años que vivo en Capital y así y todo una vez por mes me subo al
165 y viajo cuarenta y cinco minutos para cortarme el pelo con él.
No sabría explicar bien el por qué de esta fidelidad, pero sé que no
soy el único. Calculo que tiene que ver con dos cosas fundamentales.
Por un lado, el hecho de disfrutar definir el futuro de mi pelo con la
simplicidad de tres palabras: “Cortalo como siempre”. Ya conoces donde están
mis remolinos, ya probamos allá lejos en el tiempo alguna variante que no quedó
bien, con lo cual, no hay mucho más que hablar. No perdamos más tiempo, aceitá
las tijeras, poné el cubre pelo, rocía el marote con agua vendita y desarrollá
tu arte. Yo no me muevo más que para relojear en la veinte pulgadas (que jamás
sacaste de esa silla) alguna jugada de peligro en el partido que estén
televisando. Nunca se me va a ocurrir corregirte más que el largo de una
patilla. Esto es como el resultado de un examen en la facultad. Un dos es un
dos. Siempre. No se discute. El corte de pelo es lo mismo. Vos sos el
profesional, yo soy el que pone el bocho y nada más.
Y la segunda, tan importante como la primera, es que nos conocemos. Sabés
donde vivo, donde laburo, que estudio, que soy del Rojo, que probablemente
después vaya a visitar a mis viejos, entre otras cosas. Nunca vamos a tener una
conversación trivial de esas que podés tener con cualquier desconocido. La conversación
es personalizada. El peluquero de barrio sabe qué le interesa a cada uno de los
que se cortan con él.
Por eso no concibo cómo las mujeres pueden cambiar todos los meses de
peluquería o ir a esas grandes empresas estilistas que tienen tres o cuatro
peluqueros donde un mes te atiende uno, al mes siguiente otro. Vos podés dejar
al azar el mozo que te atiende en un restaurante, el cajero que te puede atender
en un banco, pero nunca a quien te va a cortar el pelo. ¿Qué conoce de vos?
¿Cuántas veces lo viste? ¿Sabés donde vive? ¿De qué te puede hablar si no sabe
qué cosas te interesan? ¿Cuánta confianza tenés con el que agarró las tijeras? Y
lo más importante de todo ¿el sabe si ese color de tintura te agarra o te
decolora en algo horrible?
Tampoco entiendo que tengan que sacar turno para que las atiendan. Turno
se saca para ir al médico. El peluquero de barrio te atiende domingos,
feriados, sábados a las cuatro de la mañana y jamás te va a dejar de garpe. A
menos que se vuelva empresario y transforme su peluquería en una empresa
estilista. Y ahí deje de atender los domingos. Y ahí te deje de atender él. Y
ahí te empiece a atender uno de los cuatro peluqueros que él contrate. Y ahí
dejen de saber donde están mis remolinos. Y ahí dejaré de ir yo. Y ahí busque
otro peluquero de barrio al que tenga que contarle de qué cuadro soy.
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