Hoy la oficina volvió a la normalidad. Todos sentados en sus
escritorios en silencio, como robots. La tele que todavía no sorteamos y que
fue testigo de todos los partidos, apagada encima del mueble.
Las caras no sé si son de tristeza o las de todos los días, cuando no
había mundial.
Me pregunto cuánto tiempo me va a costar volver a acostumbrarme a la cotidianeidad
de los días sin futbol, sin sorpresas, sin resultados que nos dejen perplejos,
sin los comentarios sobre los partidos jugados o el análisis potencial de los
partidos por jugar.
No te olvides que por lejos fue el mejor Mundial que podrías haber imaginado.
La primera ronda te regaló a Holanda goleando al último campeón (España), a la
Cenicienta Costa Rica dejando fuera a Italia e Inglaterra, muchísimos goles y
hasta entretenidos 0-0. Te va a quedar
dando vueltas siempre el gustito amargo de haber perdido la final con Alemania
en tiempo suplementario, pero la tranquilidad de haber visto a un equipo que
dejó absolutamente todo.
Te vas a acordar siempre de tu cara de asombro mientras Brasil se
comía el baile de su vida en Belo Horizonte contra Alemania. Cinco goles en
treinta minutos. Siete en los noventa. Y tres más con Holanda jugando por el
tercer puesto.
Y también calculo que vas a seguir silbando el “Brasil decime que se
siente” al menos un par de días más.
No me acordaba de esta oficina así. Es increíble lo que genera un
Mundial. Y ya lo extraño.
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