lunes, 14 de julio de 2014

Y se fue el Mundial.

Hoy la oficina volvió a la normalidad. Todos sentados en sus escritorios en silencio, como robots. La tele que todavía no sorteamos y que fue testigo de todos los partidos, apagada encima del mueble.
Las caras no sé si son de tristeza o las de todos los días, cuando no había mundial.

Me pregunto cuánto tiempo me va a costar volver a acostumbrarme a la cotidianeidad de los días sin futbol, sin sorpresas, sin resultados que nos dejen perplejos, sin los comentarios sobre los partidos jugados o el análisis potencial de los partidos por jugar.
No te olvides que por lejos fue el mejor Mundial que podrías haber imaginado. La primera ronda te regaló a Holanda goleando al último campeón (España), a la Cenicienta Costa Rica dejando fuera a Italia e Inglaterra, muchísimos goles y hasta entretenidos 0-0.  Te va a quedar dando vueltas siempre el gustito amargo de haber perdido la final con Alemania en tiempo suplementario, pero la tranquilidad de haber visto a un equipo que dejó absolutamente todo.
Te vas a acordar siempre de tu cara de asombro mientras Brasil se comía el baile de su vida en Belo Horizonte contra Alemania. Cinco goles en treinta minutos. Siete en los noventa. Y tres más con Holanda jugando por el tercer puesto.
Y también calculo que vas a seguir silbando el “Brasil decime que se siente” al menos un par de días más.

No me acordaba de esta oficina así. Es increíble lo que genera un Mundial. Y ya lo extraño.

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